jueves, 4 de marzo de 2010

The princess and the pea


Había una vez un rico empresario que quería casarse con la mejor de las mujeres, así que organizó varias fiestas y eligió a la más perfecta de ellas: su sedoso pelo rubio caía en cascada a ambos lados de la cara, dejando ver los ojos más verdes y la boca roja y carnosa como una granada. No solo era hermosa, sino que también era dulce y sensible. Al poco tiempo, el rico empresario y la hermosa mujer se casaron y fueron felices por siempre jamás, al menos él. Aunque la mujer tenía muy buen corazón, su sensibilidad no la dejaba tolerar defectos, pero al ser tan amable y modesta, nunca hizo ningún tipo de queja a nadie aunque sufriera terriblemente al ver un cuadro torcido, un cepillo de dientes mal colocado o si el café se servía un minuto más tarde de lo deseado. Tampoco soportaba las imperfecciones físicas, por eso no pudo contratar a una sirvienta con una verruga en un brazo y apenas veía a su hermana que tenía los dientes separados. Por todo esto, le costó mucho aguantar su matrimonio con un hombre que hacía, según ella, ruido al masticar; pero como ella era consciente de su propia perfección, no se permitió una queja, ni una sola palabra. Sin embargo, y por culpa del estrés, su marido comenzó a tener un tic en el ojo, muy leve, pero ahí estaba. Cada minuto cuatro veces casi seguidas, lo había contado. Con toda la discreción y todo tipo de excusas, cada vez se encerraba más a solas o daba paseos más largos. Llegó un momento, en el que ya no sólo veía el tic o escuchaba masticar más y más fuerte, sino que ya también veía las ligeras marcas de arrugas en la frente de su marido o a notar más ásperas sus mejillas, puntualmente afeitadas cada mañana. Tan cansada estaba, que tomó una decisión. Hizo unas compras, compró ropa para ella, macarons Ladurée y vino para su servicio y pantalones, whisky y un perfume exclusivo para su marido. Al día siguiente partió para París para pasar allí unos meses, lejos de todo lo feo y tosco de su vida. París fue el remedio a todos sus males: iba de compras, salía a pasear y a ver museos y se rodeaba de la gente más exclusiva de la ciudad en sus perfectas casas, con sus perfectas vidas. Aún así, no conseguía descansar bien por las noches, porque se atormentaba con el momento de su regreso, con su marido y su tic en casa. Después de un mes, un soleado martes de primavera Rose (así se llamaba la hermosa mujer) recibió una llamada. Su marido había muerto por un shock anafiláctico, al parecer se había estado aplicando una loción entre cuyos componentes se encontraba en un pequeño porcentaje la flor del guisante, a la cual era alérgico. Rose colgó el teléfono, hizo una reserva para un vuelo a esa misma noche y se estiró en la cama. Hacía mucho tiempo que no dormía tan tranquila.

Cristina Sampedro Alonso

5 comentarios:

Puli dijo...

hey, cris!! no había tenido ocasión de escuchar este cuento porque falté esa semana a la tertulia. que sepas que me ha encantado, muy original y bien hilado. La princesa me ha recordado a un personaje de mujeres deseperadas, que por otro lado me encanta. Lo he pegado tal como me lo mandaste, no sé si querrás que lo divida en párrafos.

Maria dijo...

Es uno de los primeros cuentos que lei de pequeña. Siempre me ha gustado mucho, pero tu versión moderna le da un soplo de aire fresco a esta vieja historia!!!
Me gustó mucho.

Anónimo dijo...

qué bueno Milly! Me he acordado del título de un libro del siglo pasado: La miseria de las pequeñas cosas. Un tic puede arruinar una vida. Y me pongo del lado del marido: el pobre se convirtió en maniático y, claro, la mujer no tuvo sitio para él en el mundo.
Rcd

Anónimo dijo...

Estoy con Ricardo

Gloria dijo...

No se que más decirte que ya no sepas, asi que bueno, como siempre, decirte que me gusta muchísimo, estupenda tu versión de este cuento tan chulo^^