lunes, 22 de febrero de 2010

Alicia a través del gotelé



Alicia vivía sola. Su hija se fue de Erasmus y se quedó a vivir en Bélgica con Hans. Y del marido mejor ni hablar.

Alicia tenía bronquitis crónica y necesitaba el codeisán tres veces al día. Es verdad, el prospecto decía que podía “deteriorar la capacidad mental y/o física requerida para la realización de actividades potencialmente peligrosas,” pero ella ni conducía ni usaba maquinaria. Luego, cuando las cervicales decían aquí estoy yo, se tomaba un lexatín o un diazepam. Su médica se lo había dicho claro: si hay dolor, para eso están las pastillas; si te duele cuatro, te tomas para nivel cuatro, si duele diez, pues para nivel diez.

Alicia se volvía hacia la pared metiendo el brazo por debajo de la almohada, dejaba la vista fija en un punto y, al cabo de unos momentos, salía a flote su cocodrilo. Al principio eran sólo dos rugosidades simétricas justo al lado de la rinconera, pero a poco se convertían en dos ojos saltones que asomaban en un barrizal amarillo. Con cuidado y muy despacio movía los ojos alrededor. Veía un pantano, cestas de cocos, canoas, baúles oxidados y olas.

Era una tontería, lo sabía. El dormitorio estaba pintado color crema y tenía una gruesa capa de gotelé que se transformaba en un país de maravillas cuando aquel reptil le decía “sígueme” y se sumergía golpeando el agua turbia con la cola. Lo sabía, y aún así se sentía abrigada en su lodazal de mentira. Un día se encontró el estuche de lápices que había perdido de niña allí pegado junto a la esquina. Y el joyero de nácar. Y a su prima, convertida en estatua. Y un reloj de arena. Y el caballito de Lladró con la pata rota. Y delfines de plata.

Así se quedaba dormida.

Alicia vivía sola. Su hija se fue de Erasmus y se quedó a vivir en Bélgica con Hans. Y de su marido mejor no hablar.



Richardo Navarrete Franco

viernes, 19 de febrero de 2010

Azul


A lo lejos, sobre la arena, una figura apenas perceptible bajo la tenue luz de la luna. Estática, solo sus ojos oscuros bajo sus largas pestañas insinúan un leve movimiento, mientras su mente vuela con mil preguntas que no dejan de aletear cual colibrí hace caer su maravilloso batir de alas.

“¿Soy yo en realidad?” me observo desde fuera como si mi alma y mi cuerpo ya no estuviesen unidos pero, ¿de verdad existe el alma?

Horas, minutos, segundos……… Momentos pasados, vividos, sentidos y, sin embargo, han significado tan poco.

“¿Cuál es mi realidad?, ¿la de hoy?, ¿la de ayer?, o ¿será simplemente aquella qué ocurrirá cuando deje de existir?”

Una suave brisa mece el pelo caído sobre los hombros, sigue sentada en la arena. “El viento, donde me lleve, allí iré, a cualquier lugar”. El mar, como cielo bajado a sus pies, la llama, la atrae, le habla al rozar sus dedos: “Ven, acércate, cerca está lo que siempre has buscado”. Y sin más, dirigió sus pasos hacia donde ella pensaba que encontraría su felicidad.

Miré hacia arriba, y allí estaba, era ella, la Luna Azul, que aún apenas perceptible y dirigiéndome una sonrisa, hablaba. “¿Te das cuenta? Nada es imposible”. Volví la cabeza y en ese momento me di cuenta: Yo ya no estaba, la figura que durante horas había permanecido quieta sobre la arena, había desaparecido.

Anónimo