sábado, 22 de mayo de 2010

Cruel navidad

El pavo en medio de una mesa improvisada demasiado grande para el salón de la casa. No es que a ninguno de ellos les gustara especialmente, todos preferían el jamón.
Josefa, la hembra, le pela las gambas a su hijo gordo con el pitillo entre los labios;y Amparo, la cuñada, la critica por lo bajito por ser tan ordinaria. Esto no habría pasado si hubiéramos ido a casa de mi padres. La abuela sonríe, feliz por no cenar sola por una noche. Procura no aprobar todo lo que sus hijos digan, vaya a ser que dejen de notar que está ahí y tenga que quedarse sola otra vez. Si su marido siguiera vivo no tendría que agarrarse a un clavo ardiendo. Su nieta ,a su lado, cuenta mentalmente moviendo ligeramente los dedos por debajo de la mesa. Su hermano botón derecho XXXOOX. ¡Mierda! Está muerto.
El chico tiene resaca. Ya dijo que la cena de empresa tenía que ser el 22, como todos los años. Tenía que haberle pedido el nombre a la chavala, para preguntar por ella la próxima vez. Al grande no le salen las cuentas. Otro de Jack Daniels y serán seis. A su lado Paquita piensa que tenía que haberse sacado el carné de conducir. Este error puede ser mortal, tanto para ti como para tu matrimonio.
Los Simpsons con la decimoquinta reposición de los capítulos de Navidad. El niño de la Paquita llora. ¡Y que no tiene gachas! Si es que nada más que existe un hijo para ella. ¿Y esta casa cuánto valdrá? Ahora se puede abortar sin permiso de los padres, ¿no? XXXXarribaarribaO ¡Me cago en tus muertos! To’l día con el cigarrito, hija, no me extraña que tengas la cara como la tienes. Si voy apartando veinte euros cada semana, al final de mes puedo… ¡PUM!
Golpe seco sobre el asfalto al otro lado del tabique. La del quinto se ha tirado por la ventana.
Paquita le tapa los ojos al niño gordo de la Josefa, que se enciende otro pitillo mientras se asoma. Grande, llama a la ambulancia. Amparo está algo aliviada, al fin tiene una excusa para irse a su casa. Josefa intenta sorprenderse por tan horrible hecho, pero la falta de originalidad de la suicida no le permite sentirse demasiado abrumada. ¡Abuela, que se mueve, que está viva! Hay que joderse. Josefa se mete para dentro de nuevo y se sienta junto al bebé llorón de la Paquita. Ni eso.

Mª Dolores García Torres

martes, 18 de mayo de 2010

The ugly story of beautiful beth


Once upon a time there was a beautiful model, with beautiful green eyes and a beautiful beautiful checking account, that lived in an far off land called Manhattan. Her castle was in the upper east side of the city. She used to go to many balls and enjoy dancing, drinking, smiling and shining with the beautiful dresses that a foreign seamstress called Prada made for her. She had been told about some other models that were blessed with gifts as a narcoleptic girl known as the Sleeping Beauty was.

When Beth, that is the name of our model,was a child, she was not so beauty as today. Nobody invited her to balls and she never thought about herself as something shinning at all. So, teenage times finished and a young manager called Adam Prince told her that there was a method to become a star. It was easy, the only thing she had to do was to put two of her fingers inside her mouth and pull. This practice plus the seven magic words “just a glass of water, thank you” made of her what she is now. Every day she looked at her reflection in the mirror thanking god that it was not a speaking one, to see how magic had turned her into one of the best paid models in North America.

She never understood how people could find desirable features in the bag of bones she had become, but they did. Dark times arrived and the prince run away in his horse leaving her alone, without money and suffering from a serious digestive disorder. One day that she was walking down street, she suddenly stopped to look at the mirror of a cake shop. The hole that lived in her stomach roared as a dragon. It was the dragon of hunger, the one she had fought every day during five years without the help of any fairy god-mother...what did our heroine? You will ask.
Well, she finally “lost” the battle and entered the shop. She bought a whole tray of cream cakes and ate it by herself. She felt satisfied for the first time in her life and made up her mind while finishing the scrums of the last filled cake.
Next day she packed her expensive clothes and return to her parent's humble castle in the middle of nowhere. Albert, the king of the sweet corn in the state of Iowa welcomed her daughter happily.

I cannot tell you that the process of adaptation of our beautiful and refined model was easy, but she finally fitted there when she learned how to ask a beer and “complete” sandwich without feeling guilty. She married Philip, her father's partner in the corn factory. His surname was not Prince but he loved her more than anything in the world.

Beth does not return to a ball again, although she missed them. I am not going to tell you that she was happy ever after, but she never felt as an ugly duckling again.

María Suárez Alonso

La Bella Durmiente


No hace mucho tiempo en un país muy cercano- aunque todo el que lee esta historia lo hace como si llegara de otro planeta-ocurrió algo. Fue algo extraordinario, pero no más que los milagros de la ciencia o los avances de la agricultura que nunca llegaron a África. No más que la cultura nunca adquirida. Digamos, simplemente, que pasó algo.

La protagonista de esta historia es una joven princesa sin corona del reino NiNi, su príncipe no va a caballo. No sólo en uno, al menos: 150 caballos de riendas metálicas y color extraño. Un mundo estrambótico, sin duda, este reino NiNi. Donde todas son princesas, según dicen, porque zorras ya sobraban.

Como todas las buenas historias, ésta va de amor. Si alguna vez alguien entendió lo que es apalabra significa. Para esta pareja el amor era un deseo caliente y eternas consecuencias. Por lo que no se diferencia tanto de lo que nos han vendido como amor otras veces. El caso es que entre ellos había “amor”, pero también grandes obstáculos.

El principal inconveniente en su relación era que, como era “amor verdadero”, tenía que ser eterno. Cuando eres joven estas palabras no dan apenas miedo. Pero otros inconvenientes agobiaban tanto a la pareja que empezaban a sentirse viejos, y en consecuencia asustados.

El resto de los inconvenientes eran tan banales y propios de la plebe, que no les habrían agobiado de no haberse agrupado en centenares: dinero, casa, trabajo, familia, amigos, etc, etc, etc y un millón de etcéteras.

Y como en todas las buenas historias, la mala malísima llega en el momento justo y hace una entrada estelar y ruidosa. La de este cuento se llama Asistente Social. Esta ambiciosa vieja declara tener derechos sobre la corona, y reclama jactanciosa cosas que nunca fueron suyas antes de que la propia princesa las tenga.

Cuando la princesa se niega, intenta comprarla con dulces y promesas vacías. Pero la sangre real es instintivamente desconfiada, y le cierra las puertas del palacio antes de morder el anzuelo.

Lo que la princesa ignora es que hay otra mala mucho peor que la Asistente Social, y es ella misma: la princesa de corona de pelo sucio. En un ataque de deseperación, agarra las píldoras de dormir de la Reina y se infunde un sueño eterno; sumiendo el palacio entero en la oscuridad.


Por desgracias para la princesa, la vida no es sueño. Llega el día y se pone de parto, y el dolor de estar viva la despierta.

Como ves, en este cuento no hay beso, porque al príncipe le ha dado lugar a escapar. La princesa, en cambio, no se mueve de la habitación. Nunca se moverá de su escenario, porque el mundo exterior acaba de desvanecerse a su alrededor.

Mª Dolores García Torres

lunes, 10 de mayo de 2010

Caen dos torres gemelas

Rafael apareció por mi casa a principios de septiembre. Había ido a decirle a su mujer que lo trasladaban a Huelva y de camino se encontró con los papeles de la separación y el divorcio. Sólo le quedó firmar y largarse. Entonces miró al pasado y allí estaba yo, doce años atrás.

A mi me vino bien porque llevaba diecisiete meses separado también. Cambiamos la puerta de la guardería por la cerveza temprana, las tardes del Nervión por dardos en el pub, la serenidad suave de la familia por la risa acelerada de la amistad.

“Mira, mira, dicen que es una avioneta.” Sólo tuve que volverme porque la cocina era americana y estaba en una esquina del comedor-dormitorio. Recuerdo que estaba haciendo pavo al roquefort. El pavo por la salud, el roquefort por el sabor.

Primero cayó la torre sur, luego la norte. “Como nosotros,” pensé. El pasado quedó pasado, ya nunca más volvió. “Sólo nos queda el futuro.” Y el futuro fue bueno, no hizo honor a su mala reputación.

Ricardo Navarrete Franco

jueves, 6 de mayo de 2010

Historia encadenada (5)

-Dale el espejo, escuché que alguien decía.

Me miré y se me heló la sangre, porque comprendí al momento que me habían robado la cara. La tenía cubierta con una densa capa de crema blanquecina, un protector solar o un hidratante, pero las facciones habían desaparecido. Era, era como si yo no estuviera allí.

Los cuatro me observaban junto a la cama: el hombre corpulento, la niña calva, la doctora joven; y el viejo en su silla de ruedas, pegado a mi cabecera, dirigiéndome una amplia sonrisa que me sonaba familiar. “No, me corregí a mí mismo, es que se habia puesto dentadura postiza.”

-El periódico, ordenó, sin dejar de enseñar los dientes. La mujer me acercó una fotocopia con unas lineas subrayadas en amarillo que rezaban:

La cirujano Carmen Cabañas ha asegurado hoy que hay un candidato "muy firme" para someterse al tercer trasplante de cara de España, tras los de Valencia y Sevilla, y que la operación podría realizarse en breve.

-No tenga miedo, continuó el viejo. Veo que le quedan bien mis pantalones.

Efectivamente, me habían puesto sus pantalones de cuadros, que despedían un ligero olor a amoniaco.

-Ha sido usted elegido como donante. Hemos comprobado sus antecedentes, hemos hecho un injerto de prueba en mi nieta –por cierto es su sobrina segunda—y aunque ha perdido parte del pelo, hemos tenido éxito. Usted y yo somos compatibles. Ahora es mi avatar. Enhorabuena.

Era cierto. Aunque el viejo tenía la frente abultada y morada, las cejas desparejadas, la nariz torcida y el mentón surcado por dos cicatrices, las facciones eran todas mías.

Ensayé un grito, pero el aire no encontró resistencia más allá de la laringe. No me encontré la lengua. Ni los dientes. Ni los labios.

El enfermero se acercó con la jeringa goteante.

Antes de caer en el pozo de la morfina me espantó lo extrañamente bien que me quedaban los pantalones del viejo. Y pensé en la silla de ruedas.

Ricardo Navarrete Franco

miércoles, 14 de abril de 2010

Dies veneris


El anagrama del número XVII es VIXI, que es igual a “Vivido” en español. Este participio se utiliza para una acción terminada, por lo que dicho anagrama significa “muerto” por eso el día Viernes 17 es denominado día “Nefasto”. En antigua Roma se dedicaban los viernes a ejecutar a los reos, prisioneros de guerra o esclavos infieles.


Miguel estaba tumbado sobre su cama. No podía dormir. Hacía tanto tiempo que no descansaba ya estaba harto de contar... sabía que si sumaba los números en su camiseta el resultado sería 30 y que si le sumaba los meses que llevaba sin ver a su madre la cifra sería 44 y que la cifra aumentaría si le sumaba los meses que estaría sin verla.

Para él el mundo se había visto reducido a incalculables sumas. Iván le había dicho esa mañana que siempre hay luz al final del túnel, pero él estaba cansado de mirar y no ver nada. Tan solo la oscuridad de ese estúpido camino que no llevaba a ninguna parte.

En sus sueños el silencio era sustituido por gritos, pasos y oraciones...despertaba bañado en sudor y besaba la cruz de madera que llevaba al cuello. Ese estúpido sitio se había convertido en un lugar de purgación y plegaria en el que el acento americano y el español se mezclaban para crear un simple canto de “sácame de aquí, Dios mío” y “perdóname señor”.

Los meses pasaron y le anunciaron su partida. Una semana y podrás ver la luz de nuevo.

Lunes: fue su cumpleaños y todos le dieron alguna cosilla. Jabón, algo de tabaco y una revista de esas en las que salen mujeres denudas.

Martes: recibió carta de Teresa su mujer, contándole que pronto sería la comunión de Raúl.

Miércoles: Le quitaron la cruz del cuello. “Si Dios esta contigo te oirá de todos modos” le dijo aquel hombre de negro.

Jueves: Su madre fue a visitarlo. Los besó y abrazó hasta el cansancio. “¿Porqué, Miguel?” no dejaba de preguntar mientras se despedían.


La mañana del 17 siguiente salió de su pequeño cubículo acompañado de dos hombres de negro. Le pesaban mucho las piernas y no podía caminar bien. Algunos de sus compañeros salieron a despedirse y otros simplemente miraron como se perdía en la oscuridad del pasillo.

Entonces la luz lo inundó todo. Un hombre vestido de blanco lo invitó a sentarse y a desnudarse un brazo. Mientras los dos hombres de negro le ataban correas a sus brazos y piernas. Frente a él una chica lloraba agarrada a una foto de un chico rubio.

La aguja entró rápidamente y el líquido transparente recorrió sus venas aliviando su dolor. Estaba mareado. Oyó un disparo y los gritos de la gente. Recordaba a ese gringo llorando ante él. Podía verse a sí mismo sosteniendo el arma y salir a correr del supermercado dejando al chico bañado en sangre, sin vida. Intentó hablar, pero nada salió de sus labios más que un suspiro. “A ti encomiendo mi alma, padre” dijo mentalmente, y murió.


Dios castigue al que mata, al que come carne un viernes y el que se toma la justicia por su mano... pero mayor castigo merece el que deja morir de hambre a un hombre empujándolo a matar por 30 asquerosos dólares.

María Suárez Alonso

domingo, 11 de abril de 2010

La vieja Manuela


Nadie, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas. Ni una mente tan grande encerrada en un tarro tan pequeño. Tan trasparente y frágil que la más pequeña conmoción puede romperla en mil pedazos. O eso parece.

Lo cierto es que Manuela ya había superado los setenta y siete años en esa cáscara de cristal que era su cuerpo cuando la conocí. Sus ojos flotaban a través de la neblina de sus cataratas a una dimensión infinita y certera. Hablaba, y cada palabra había sido medida y sopesada para adaptarse al máximo al diálogo al que pertenecía, como si no respetar la medida produjera un cambio de presión en la atmósfera que fuera hacerla estallar. Así hablaba.

Por eso nunca malgastaba una sola sílaba y la gente le gustaba describirla como una mujer silenciosa.

Nada más verla me arrepentí de haberme apuntado a ese estúpido programa solidario. “No te gusto”, fueron sus primeras palabras tras un largo silencio. “Tal vez hablar te ayude”. Entonces comencé a hablar. Empecé enumerando las razones por las que no me gustaba, y después le hablé de mi vida y mis problemas. “Crees que no vas a morir nunca, pero vives como si hoy fuera tu último día en la Tierra. Encuentra un equilibrio o te estrellarás contra la realidad”. Yo tenía dieciséis años, y aquello me sentó fatal. Me levanté y salí de allí de un portazo, tragándome el miedo interior de que la vieja se deshiciera en agua tras el estruendo.


Ahora tengo treinta y seis años, y hace tiempo que me estrellé. Como todas las grandes heridas, duele más en frío. Duele pensarlo más que tocarlo. Obsesionado con el discurso de hace veinte años, he decidido buscarla.

La encuentro ahora encerrada en un psiquiátrico. Su habitación convertida en una sala de urgencias, por si el fino hilo del que penden sus manos se rompe. Sus manos, que ahora son copos de nieve. Me mira sin verme. Sus ojos son del color de una llovizna a media tarde en invierno. “Bienvenido al mundo. Si duele significa que estás vivo”, me dice como si hubiera estado al tanto de mi vida. Mira a todos lados con sus retinas ciegas, escudriñando y oyendo los silencios significativos. Sus voces interiores. “La reencarnación existe, sólo que no es transexistencial”. Nunca he conocido a nadie tan cuerdo. La enfermera quiere que coma, pero ella sólo existe. Todo lo demás es superfluo. Le cuento mi historia de nuevo y la enfermera me dice que no insista.

Ya me voy. Ella me dice mientras me levanto. “Piensa que ahora eres un recién nacido. Ves las cosas con ojos nuevos, y no todos tienen la oportunidad de tener dos vidas”. La enfermera chista disgustada y le mete una cucharada en la boca.
Cierro la puerta con ciudado para evitar que se deshaga en gotas de agua. “Habla con ella”, me susurra tras la puerta sin que pueda oírla, pero yo la escucho.Esa misma tarde sonó el teléfono por decimo tercera vez, y yo contesté. No es una locura perdonar. Como no lo es estar vivo.

Ella vive mientras los demás dormitamos. Vela de los sueños que no tenemos por si algún día queremos vivirlos. Por si nos atrevemos a salir a jugar. En los huesos de sus manos nacen las runas que marcan la fortuna, y que todos ignoramos o disfrazamos de casualidad. Nadie nace sin más. Y aunque ella morirá mañana, su verdad es eterna.

Mª Dolores García Torres

Foto: Dimitar Variysky

viernes, 9 de abril de 2010

Norte y sur


El 11 de Septiembre es un día catastrófico para la mayoría de la gente que conozco. Todo el mundo tiene una razón para odiar este día, y todos ellos tendrían una espeluznante historia que contarnos si les dejasen. Su historia...
Mi nombre es Pablo y me gustaría contaros la mía:


Cada vez que vemos una de las fotos de las torres gemelas, no podemos evitar pensar en toda esa pobre gente llorando, saltando en desesperación y mandando mensajes de despedida a sus familias. Bien, debo admitir que envidio a estas familias. Mi padre murió el 11 de septiembre. El no era un soldado, bombero ni trabajaba en las torres. Ni tan siquiera iba en uno de los dos aviones. Por eso nadie le recuerda. Por eso no es más que un fantasma en mi mente. Porque no estaba en una de esos malditos gigantes de hierro, tumba de tantas personas.

Mi padre se llamaba Juan Luis Gonzáles, y no estaba allí. Mi padre no era ya más que polvo cuando el atentado terrorista devastó América. Él murió mientras dormía, tranquilo en su cama mientras un avión bombardeaba nuestra casa y la nuestros amigos y vecinos. Mi madre murió tras ser violada por varios soldados, y mi hermano, fue acusado de varios actos terroristas inexistentes y ejecutado por ellos. Yo huí...

Esa estúpida noche de Martes de 1973, ese maldito 11 de septiembre, América fue la terrorista y mi pueblo el atacado. Mi gente, Chile, sufrió también, pero nosotros no somos recordados, ni mencionados. Es solo una cuestión de situación geográfica. Simplemente se trata de remarcar la ya enorme diferencia entre Norte y Sur cuando se habla de América.

Las familias de ese gran número de personas muertas en Nueva York ese fatídico día pueden llevar flores a lo que por un tiempo fue un inmenso agujero negro. Tan negro como los ojos de mi madre. Sé que no soy más que un inmigrante que nada sabe, pero, hay algo de lo que estoy totalmente seguro, y es de que mi madre, de haber podido, habría elegido saltar de un edificio antes de morir como ella lo hizo. Bajo el peso de un sudoroso hombre sintiendo su respiración en el cuello y oído. Mezclando el dolor con el llanto por haber perdido marido hijo y honor de un solo plumazo.

Me aflige mucho el dolor de las familias , pero me aflige mucho más mi situación. Juro que hubiese matado por un mensaje de despedida, por una placa con el nombre de mi padre grabado para recordar su valor, o por la compresión y denuncia ante tan ruin acto de todos los países del mundo. A nosotros nadie nos recuerda. Esa es la diferencia entre Norte y Sur en este estúpido continente. Maldito sea el día en que Cristóbal Colón descubrió el lugar donde seres tales como R. Nixon y G.W.Bush nacerían para desgracia del mundo.

María Suárez Alonso

lunes, 5 de abril de 2010

Historia encadenada (4)

En este mismo instante me sentí, en cierta manera, aliviado; suena egoísta, pero el saber que alguien, al otro lado de la pared, se encontraba en mi misma situación me daba fuerzas para buscar una manera de salir de allí, no solo por mí, sino porque alguien podría necesitar mi ayuda.
Cuando la misteriosa persona paró de dar golpes, me di cuenta de que no tenía manera de comunicarme ya que mis conocimientos en código Morse eran demasiado básicos. Por lo que opté por buscar algún pequeño agujero en la pared, una abertura por la que poder hablar con alguien que, tal vez, conocería las respuestas a todo lo que me estaba sucediendo.
Nada, ni lo más mínimo. Grité, le dije que no entendía su código y que no encontraba otra manera de comunicarnos. Callé;” ¡que estúpido eres!”, pensé,” ¡podrían escucharte!”
Puede que pasasen unos cinco minutos hasta que volví a oír unos golpes, pero ahora eran distintos, aunque seguían pidiendo ayuda. Si mis oídos no me engañaron, uno o quizás dos hombres entraron en la habitación contigua; ellos eran los causantes de los golpes, golpes que tenían una única dirección: el cuerpo de esa pobre persona. Golpes y gritos; gritos y golpes. Y así durante una eternidad hasta que al fin dejé de sufrir. Ahora solo se oía el silencio, un triste e inquietante silencio.
Mis oídos detectaron un nuevo ruido. Mi puerta se había abierto, pero esta vez nadie estaba al otro lado.

Gloria Romero García

viernes, 26 de marzo de 2010

Historia encadenada (3)

Salimos a un estrecho pasillo plagado de puertas metálicas y mohosas como la que se había abierto ante mí. No quise detenerme a pensar qué habría tras ellas, pues hacía un rato que había asumido que no obtendría respuestas. El sitio no tenía ventanas y la única salida posible era otra puerta el fondo del pasillo claramente diferente, más gruesa. Para llegar hasta allí y correr tendría que derribar a mi carcelero, opción que rechacé sin pensar mucho.
Para mi sorpresa el grandullón me llevaba a esa misma puerta. La abrió sin esfuerzo a pesar del rugido que emitió. Tras ella una diminuta habitación poco iluminada donde una atractiva mujer de mediana edad me esperaba sentada. Sus largas piernas cruzadas apenas visibles con la enorme mesa de despacho que coronaba la habitación. Acababa de encenderse un cigarrillo, del que aspiró profundamente mientras sus pupilas negras se clavaban en mí. Forma almendrada y demasiado rímel. Reconocí su mirada. De pronto la recordé sentada en la barra del bar donde solía ir a emborracharme los sábados que me sentía triste. El hombre me sentó de un empujón al otro lado de la mesa. Quise decirle algo, pero me interrumpió con un humeante plato de comida sin identificar bajo mis narices. Me hizo un gesto y cogí la cuchara lleno de miedo. No pensaba comer. La mujer seguía fumando sin decir nada. Dudé. El hombre me miraba. Empecé a comer y ella habló.
“¿Quién era tu padre?”. Silencio. Yo recito el apellido familiar y ella resopla. Soy adoptado. Lo sé desde los 18, pero nunca me he puesto a investigar sobre mis orígenes. “¿Quién era tu padre?”, repite. Yo repito. Ahora resopla el hombre. Ella se levanta sin previo aviso y tira mi comida al suelo. “Eso ya lo has dicho”. Me limito a repetir el nombre de mi padre, el que conozco. Como una oración. De pronto entre una niña somnolienta. Está muy blanca y apenas tiene pelo. Da un poco de miedo. Se queja del ruido y hombre me da una bofetada. Me arrastra fuera de la habitación hasta otra donde se encuentra de nuevo el viejo de la silla.
Me sienta en una silla y me clava una aguja en el brazo antes de que pueda siquiera asimilar lo que acabo de vivir. Luego otra en el otro brazo. Conecta mi cuerpo a una vieja máquina de hospital a través de mis venas. La enchufa. Hace mucho ruido. Pronto mi sangre empieza a salir de mi brazo, pero noto como vuelve a entrar por el otro. La máquina parece que se va a parar en cualquier momento. Recuerdo la cara de la niña: sus ojeras, sus dientes amarillentos, su nariz pequeña…Me empieza a arder todo el cuerpo. Grito, pero el viejo pare estar sordo. Quizá lo está. El dolor es insoportable y la habitación se llena de una neblina espesa. Me desvanezco.

Despierto de nuevo en la habitación de antes. No estoy seguro de si ha sido real. Me miro el brazo. De nuevo el ruido metálico y el ritual del ungüento de menta y el calor posterior. Quizá algo más sofocante. Le hablé mientras trabajaba en silencio en un intento de mantener la cordura. “No sé qué os pasa conmigo, pero te juro que soy inocente. Soy adoptado, pero eso no me afectó demasiado nunca. También soy zurdo, ya ve, y no me siento distinto a los demás. Tampoco me ha influido perder a mi madre con diez años. Bueno, a mi madre adopti…” Estaba solo en la habitación, sudando.
Intenté concentrarme en las distintas formas del techo para no perder la cabeza. Quería evitar a toda costa el ataque de ansiedad que presentía hacía un rato. De pronto un suave golpe en la pared. Creía que se lo había inventado mi imaginación, pero sonó de nuevo. Esperé. Otra vez. Una cadena repetitiva de golpes que identifiqué poco a poco: golpe seco, golpe seco, golpe seco, fuerte, fuerte, fuerte, seco, seco, seco. Seco, seco, seco, fuerte, fuerte, fuerte, seco, seco, seco. Alguien me estaba pidiendo ayuda.

Mª Dolores García Torres

sábado, 20 de marzo de 2010

Historia encadenada (2)


Cerré los ojos esperando los pasos de quien supuse daría una explicación a mi situación, pero en lugar de pasos, un sonido metálico inundo la habitación. Un anciano en una silla de ruedas medio oxidada por los años y el uso avanzaba hacia mi. Llevaba una bata blanca y unos viejos y raídos pantalones a cuadros.

Me lanzó una mirada inquisitiva a través de los gruesos cristales de unas gafas rotas y pude ver que carecía de dientes cuando abrió la boca pensé yo que para hablar, pero no dijo nada. Solamente avanzó con su silla hacia mi y examinó uno de mis brazos.

–¿Quién es usted?, ¿Qué hago aquí? Pregunté una y mil veces sin recibir más respuesta que silencio y más exámenes. Observó mis brazos y piernas, extendió una extraña mezcla con olor a menta sobre mis agujereados miembros y me ayudó a tenderme sobre la cama de nuevo. Una vez el ungüento hizo efecto, noté una extraña sensación de calor en todo mi cuerpo y comencé a relajarme. -La próxima vez que el anciano entre, no le dejaré marcharse sin respuestas...-pensé.


Pero el anciano no regresó. Pasaban las horas y mi estómago empezaba a quejarse. Me tendí en la cama intentando recordar como había llegado allí y lo más importante, con que objetivo. Pasaron algunos minutos que para mi parecieron semanas antes de que la puerta volviera a abrirse. Esta vez si que puede oír las fuertes pisadas de un extraño, más tarde vi su gigantesca sombra en el muro y después sus manos que sostenían la puerta para que esta no se cerrase. Llevaba las mangas remangadas hasta los codos. Ningún anillo adornaba sus gruesos dedos que terminaban en pequeñas uñas mordisqueadas quizás durante algún ataque de nervios. Por fin entró en la habitación arrastrando los pies. Era un hombre bastante corpulento. Tenia una barba de dos o tres días que contrastaba con su pelo, muy cuidadosamente peinado hacía atrás. -Sigueme- me dijo. Me levanté y no se porqué, lo seguí sin hacer preguntas.

María Suárez Alonso

jueves, 18 de marzo de 2010

Historia encadenada (1)


De repente me desperté sobresaltado. Tenía la vista nublada y un fuerte dolor se concentraba en mi cabeza. Había pasado una mala noche, no había conseguido dormir profundamente y las pesadillas habían acaparado la mayor parte de mis sueños. Cuando conseguí fijar la vista, me di cuenta de que la habitación en la que me encontraba no era la mía. - ¿Qué había pasado esa noche? ¿Cómo había llegado hasta allí? La confusión se apoderó de mí y empecé a sentirme bastante desconcertado. El olor del ambiente me trajo recuerdos de cuando era pequeño e iba a casa de mi abuela y jugaba a que descubría un tesoro en su viejo desván que, como todas las casas en las que vive gente mayor, tenía ese olor inconfundible a viejo. La única diferencia es que la suciedad y las telarañas inundaban la extraña habitación en la que me encontraba ahora y a la que no tenía ni idea de cómo demonios había llegado.

Cuando me incorporé, noté un fuerte dolor en los brazos. Tenía marcas de agujas a lo largo de la zona de las venas y las piernas las tenía igual. La habitación no tenía ventanas y estaba alumbrada por un pequeño foco colocado en el techo que parpadeaba de vez en cuando. Lo único que había en la sala aparte de la cama en la que estaba y una puerta que estaba cerrada era un espejo colocado justo enfrente en el que podía ver lo demacrada que me había dejado la cara quién quiera que sea. Eso me preocupó aún más, pero no tenía tiempo de preocuparme. Tenía que intentar salir de allí lo antes posible y saber qué o quién me había llevado hasta allí y para qué.

Así que me levanté y descalzo, ya que no encontraba mis zapatos por ninguna parte, me dirigí a la puerta pero antes de que pudiera llegar a ella la luz de la habitación se apagó y un ruido muy fuerte sonó durante más de 2 minutos. Creía que aquella casa o lo que quiera que fuera se vendría abajo en cualquier momento. Cuando el ruido terminó de sonar, la luz volvió a la estancia y, sin que me diera tiempo a reaccionar, alguien abrió la puerta…

Juan Manuel Regalado Hens

domingo, 14 de marzo de 2010

Niños


Juegos bajo la lluvia, saltos entre los charcos, risas entrecortadas.
Bajo un paraguas roto se cuentan sus confidencias, inventan un mundo nuevo donde solo existen ellos, donde ningún mayor puede entrar. Llamas a su puerta y te contestan con una sonrisa.
No esperan nada, lo entregan todo por un solo abrazo sin pedirte nada a cambio. Ángeles que con su batir de alas te devuelven la alegría, te hacen soñar un mundo nuevo sin odios, sin rencores ni llantos.
El paso del tiempo, los años cumplidos, los errores vividos, te nublan la vista y te endurecen el corazón.
Cerrar a veces los ojos quisiéramos y volver a recuperar la inocencia perdida. Ser niños grandes, enfrentarnos al mundo, correr por las calles, sobre la hierba, bajo los árboles, dar amor sin pedir nada a cambio y pasar desapercibidos entre la multitud ruidosa que cada día nos rodea, en una realidad que nos absorbe sin contemplación; parar un momento y pensar ¿Por qué he de vivir así?
Basta, quiero ser yo, quiero ser niño otra vez, aparcar el adulto que hay en mi tan solo por un momento y ver el mundo desde otros ojos.
Juego bajo la lluvia, salto entre los charcos, rio por cualquier cosa…….. Por fin soy niño otra vez.

Anónimo

jueves, 11 de marzo de 2010

From Heaven


Checking my e-mail, now I realize I’m dead. Never got so many mails from friends. David tells me he would like to see me in his sister’s birthday party, Ben wants to watch a movie with me, Susan wanna tell me something she dind’t have courage to say before; my mum wonders why I kept that fucking job, I was paid so badly…And my wife, she thinks about dead and muder, she believes death penalty is not enough for them. Those terrorrists. Terrorist, what a extrange word to be pronuonced from such sweet lips.

A eternity ago, checking my mail, as usual, I should have been killed. That’s what they paid me for: the lazy tasks of deleting ads and sending randon messages to all that people I knew and I never called to. I went back to work because they tell me it was safe, and I was too lay-back to doubt, so I went in again. It was normal for me not to think what I was told, simply moving mechanically following the stream. That easy death is.

I never heard of a damned second plane, or about Al Quaeda, or about a fucking huge skyscraper with a pudding consistenciy. I only heard the explosions, and only saw the fire. The rest is the task of the world to figure out.

But here I am, or I am not, receving unlimited messages that I can answer not, and people thinking about me instead of my death. Nobody cares how I was dead, only the fact that I’m not alive. So superflous now, I think.

I wish they would write to me before, I when I still existed, though not for them.

Mª Dolores García Torres

lunes, 8 de marzo de 2010

Alejandra


Nadie, ni si quiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas. Piensa cada vez que observa a su pequeño, cosita tan frágil que ya, a sus tres años de vida, había visto y sufrido tantas cosas.
Ella siempre había sido una chica un tanto rebelde, independiente, pero también buena e inocente. Conoció a un muchacho, al parecer bueno y cariñoso, con quien, debido a la educación y tradición de la época, acabó casándose por estar embarazada.

No pasado mucho tiempo, ese muchacho fue cambiando; un demonio se había apoderado de él. No había día que no gritase, arrojase cualquier objeto al suelo o incluso se atreviese a golpearla como y con lo que fuese. Ella, mientras tanto, con un hijo a su lado y otro en su vientre, seguía a su lado, por miedo o pena, incapaz de alejarse de él. “Maldita adicción”, pensaba todo el tiempo.

Él dedicaba todo el día a no hacer nada, en casa tumbado en el sofá viendo la tele o en la calle alimentando el demonio de su interior. Ella se levantaba a las 6 de la mañana y se preparaba para pasar un día más agachada recogiendo fresas con un bebé a punto de nacer.

Así llegó su segundo hijo y la situación no cambiaba en casa. Cuantas veces dejó a sus hijos en casa de su vecina para que ellos no tuviesen que sufrir aquello; cuantas veces se marchó a casa de sus padres en busca de un refugio seguro. Hasta que un día decidió que su vida no volvería a ser esa que había tenido durante tantos años.

Reunió toda su fuerza y valor, lo abandonó, lo echó de su casa y de su vida y al fin se sintió libre, capaz de hacer lo que fuese por ella y sus hijos.

Nadie, ni si quiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas. Piensa mientras acaricia a su pequeño entre los barrotes de la cuna y observa, a su vez, a sus otros dos hijos durmiendo profundamente. Los tres milagros de su dura vida. Sonríe.

Si supieras todas las grandes cosas que conseguirás en tu vida…

Gloria Romero García

jueves, 4 de marzo de 2010

The princess and the pea


Había una vez un rico empresario que quería casarse con la mejor de las mujeres, así que organizó varias fiestas y eligió a la más perfecta de ellas: su sedoso pelo rubio caía en cascada a ambos lados de la cara, dejando ver los ojos más verdes y la boca roja y carnosa como una granada. No solo era hermosa, sino que también era dulce y sensible. Al poco tiempo, el rico empresario y la hermosa mujer se casaron y fueron felices por siempre jamás, al menos él. Aunque la mujer tenía muy buen corazón, su sensibilidad no la dejaba tolerar defectos, pero al ser tan amable y modesta, nunca hizo ningún tipo de queja a nadie aunque sufriera terriblemente al ver un cuadro torcido, un cepillo de dientes mal colocado o si el café se servía un minuto más tarde de lo deseado. Tampoco soportaba las imperfecciones físicas, por eso no pudo contratar a una sirvienta con una verruga en un brazo y apenas veía a su hermana que tenía los dientes separados. Por todo esto, le costó mucho aguantar su matrimonio con un hombre que hacía, según ella, ruido al masticar; pero como ella era consciente de su propia perfección, no se permitió una queja, ni una sola palabra. Sin embargo, y por culpa del estrés, su marido comenzó a tener un tic en el ojo, muy leve, pero ahí estaba. Cada minuto cuatro veces casi seguidas, lo había contado. Con toda la discreción y todo tipo de excusas, cada vez se encerraba más a solas o daba paseos más largos. Llegó un momento, en el que ya no sólo veía el tic o escuchaba masticar más y más fuerte, sino que ya también veía las ligeras marcas de arrugas en la frente de su marido o a notar más ásperas sus mejillas, puntualmente afeitadas cada mañana. Tan cansada estaba, que tomó una decisión. Hizo unas compras, compró ropa para ella, macarons Ladurée y vino para su servicio y pantalones, whisky y un perfume exclusivo para su marido. Al día siguiente partió para París para pasar allí unos meses, lejos de todo lo feo y tosco de su vida. París fue el remedio a todos sus males: iba de compras, salía a pasear y a ver museos y se rodeaba de la gente más exclusiva de la ciudad en sus perfectas casas, con sus perfectas vidas. Aún así, no conseguía descansar bien por las noches, porque se atormentaba con el momento de su regreso, con su marido y su tic en casa. Después de un mes, un soleado martes de primavera Rose (así se llamaba la hermosa mujer) recibió una llamada. Su marido había muerto por un shock anafiláctico, al parecer se había estado aplicando una loción entre cuyos componentes se encontraba en un pequeño porcentaje la flor del guisante, a la cual era alérgico. Rose colgó el teléfono, hizo una reserva para un vuelo a esa misma noche y se estiró en la cama. Hacía mucho tiempo que no dormía tan tranquila.

Cristina Sampedro Alonso

lunes, 22 de febrero de 2010

Alicia a través del gotelé



Alicia vivía sola. Su hija se fue de Erasmus y se quedó a vivir en Bélgica con Hans. Y del marido mejor ni hablar.

Alicia tenía bronquitis crónica y necesitaba el codeisán tres veces al día. Es verdad, el prospecto decía que podía “deteriorar la capacidad mental y/o física requerida para la realización de actividades potencialmente peligrosas,” pero ella ni conducía ni usaba maquinaria. Luego, cuando las cervicales decían aquí estoy yo, se tomaba un lexatín o un diazepam. Su médica se lo había dicho claro: si hay dolor, para eso están las pastillas; si te duele cuatro, te tomas para nivel cuatro, si duele diez, pues para nivel diez.

Alicia se volvía hacia la pared metiendo el brazo por debajo de la almohada, dejaba la vista fija en un punto y, al cabo de unos momentos, salía a flote su cocodrilo. Al principio eran sólo dos rugosidades simétricas justo al lado de la rinconera, pero a poco se convertían en dos ojos saltones que asomaban en un barrizal amarillo. Con cuidado y muy despacio movía los ojos alrededor. Veía un pantano, cestas de cocos, canoas, baúles oxidados y olas.

Era una tontería, lo sabía. El dormitorio estaba pintado color crema y tenía una gruesa capa de gotelé que se transformaba en un país de maravillas cuando aquel reptil le decía “sígueme” y se sumergía golpeando el agua turbia con la cola. Lo sabía, y aún así se sentía abrigada en su lodazal de mentira. Un día se encontró el estuche de lápices que había perdido de niña allí pegado junto a la esquina. Y el joyero de nácar. Y a su prima, convertida en estatua. Y un reloj de arena. Y el caballito de Lladró con la pata rota. Y delfines de plata.

Así se quedaba dormida.

Alicia vivía sola. Su hija se fue de Erasmus y se quedó a vivir en Bélgica con Hans. Y de su marido mejor no hablar.



Richardo Navarrete Franco

viernes, 19 de febrero de 2010

Azul


A lo lejos, sobre la arena, una figura apenas perceptible bajo la tenue luz de la luna. Estática, solo sus ojos oscuros bajo sus largas pestañas insinúan un leve movimiento, mientras su mente vuela con mil preguntas que no dejan de aletear cual colibrí hace caer su maravilloso batir de alas.

“¿Soy yo en realidad?” me observo desde fuera como si mi alma y mi cuerpo ya no estuviesen unidos pero, ¿de verdad existe el alma?

Horas, minutos, segundos……… Momentos pasados, vividos, sentidos y, sin embargo, han significado tan poco.

“¿Cuál es mi realidad?, ¿la de hoy?, ¿la de ayer?, o ¿será simplemente aquella qué ocurrirá cuando deje de existir?”

Una suave brisa mece el pelo caído sobre los hombros, sigue sentada en la arena. “El viento, donde me lleve, allí iré, a cualquier lugar”. El mar, como cielo bajado a sus pies, la llama, la atrae, le habla al rozar sus dedos: “Ven, acércate, cerca está lo que siempre has buscado”. Y sin más, dirigió sus pasos hacia donde ella pensaba que encontraría su felicidad.

Miré hacia arriba, y allí estaba, era ella, la Luna Azul, que aún apenas perceptible y dirigiéndome una sonrisa, hablaba. “¿Te das cuenta? Nada es imposible”. Volví la cabeza y en ese momento me di cuenta: Yo ya no estaba, la figura que durante horas había permanecido quieta sobre la arena, había desaparecido.

Anónimo

jueves, 28 de enero de 2010

Tuesday


Tarareando una vieja canción, Pierre andaba impaciente de un lado a otro en espera de algún compañero. Había oído algo por ahí, rumores en el pueblo. La fresca hierba de una cercana primavera crujía bajo sus botas nuevas, llenas ya de barro. Se miró las manos, la manga de la camisa le quedaba algo grande. Su padre y sus hermanos le habían contado historias, historias fantásticas, llenas de aventuras y peligro, y honor al final. De ellos no se podía esperar menos. Peligro, ahora estaba solo. Al principio era excitante, pero por las noches tenía que confesarse a sí mismo que tenía algo de miedo. Tuesday’s child is full of grace. La dulce voz de su madre sonaba en su oído y sus labios la seguían en voz baja, entonces el miedo se iba y se aferraba a su mosquete, impaciente por poder usarlo. Respiraba hondamente y se prometía que sería el mejor entre sus compañeros, que volvería a casa lleno de honores, y con el orgullo del deber cumplido. Todo era entonces como un juego. Qué mezquino.

El sol de primavera brillaba con toda su fuerza, las flores silvestres florecían por todos los caminos, e incluso se podía ver a algún niño escondido por los campos. El buen tiempo traía aires de las mimosas del sur. Pero Pierre apenas se daba cuenta de la primavera a su alrededor. Entre sus compañeros, los gritos y las órdenes les acompañaban hasta la muralla exterior que rodeaba al pueblo. “¡Tú! ¡Ponte con estos cinco y terminad rápido!” Esta era su prueba, lo había imaginado millones de veces desde que quiso ser soldado. Pero ahora el sudor recorría su frente y las piernas le temblaban. El mosquete apretaba contra su hombro. Cerró uno de sus ojos. “¡Devolvednos a los reyes!” “¡Fuego!” Entre los gritos de aquellos condenados y los de su superior, Pierre solo pudo o quiso oír de nuevo la voz de su madre, que extrañamente ahora le sonaba un tanto irónica: Tuesday’s child are full of grace

Cristina Sampedro Alonso

lunes, 25 de enero de 2010

Margaret




Nobody, not even the rain, had such small hands. She looked like a Gothic picture, a skull with big blue eyes. The biggest and most expressive eyes I had ever seen. Her jet-black and curly hair was the sweetest maze that I dreamed to get lost in, and her mouth, full with small and white teeth was always open a little, as waiting for some bread to put into. That was my Margaret...

...And her only sin was to be a Jew.

I can clearly remember the day I first saw her. It was my first time for many things. The first time I saw a Jewish girl, the first time I cried and the first time I heard the word “Nazi”. She had just arrived from Germany in a very big ship, rolled up in a grey blanket. She was very thin and slim. Her hands like white feathers, one, grabbed to an old woman’s coat, the other, holding a blond, almost hoary hair doll.
People welcomed them in a very effusive way and guided them to the town hall where the mayor was waiting for them.
I wondered why somebody could want to kill such a beautiful thing? My grandma held my hand to remind me that it was late and that we were supposed to be at the market. Suddenly, the girl looked at me, and, I do not know why, I wished to get free from nana’s warm contact. “Jewish swine” shouted someone from a balcony .And I woke up.
I realized of what this war was about and I cried. My feet started moving towards her. I put off my old scarf and I put it around her slender neck. She looked at me with her dark blue eyes and I saw so many things inside them...

The soldiers, the “died on active service”, the newspapers, “the aim, ready, fire...”the fire!
The Darkness and cruelty, the gunpowder, the cries of women regretting the act of giving birth. Their lost fathers, husbands and children. Somebody told me we won but we never felt like winners. Which was the prize? What kind of game makes bleed a whole country, a belief, a culture? Margaret, my Margaret died before knowing we won. It was a pity because judging by her face, she seemed to love winning. People called it war, but for me, it was just hatred. A ridiculous hatred that made millions of people depend on the fickle finger of a devilish man desires.



...“let's give the world to the children
at least for one day let the world learn friendship
children will get the world from our hands
they'll plant immortal trees”.

Nazim Hikmet.




María Suárez Alonso.

sábado, 16 de enero de 2010

Miércoles Azules


Su mujer era mable y cariñosa, llena de vida y alegría que repartía sin miramientos a todo aquel que no se lo pidiera. Por eso habían conectado tan bien desde le principio. Ella iluminaba esa parte oscura suya que luchaba por dominarle. Alumbraba las sombras que le asustaban y el mundo se presentaba claro e inocente, como cuando lo ves por primera vez. Él pensaba esto mientras remoloneaba en la cama. Era miércoles. No podía olvidar el día en que vivía aunque lo intentara.
Ella se despertó de repente, como en medio de un sueño. Corrió apresuradamente al baño tras darle un beso, y volvió con el pelo recogido. “Tengo un vestido nuevo”, le dijo, “ya verás qué bonito”. Era azul, de vuelo, y le hacía unas caderas muy bonitas. “Qué bien te queda”, le contestó él, “eres mi princesa azul”. Se abrazaron. Tras el desayuno ella se fue al parque, sola. Los miércoles no trabajba. Después de compras al centro comercial y para terminar a ver una película. Una infantil, siempre. Volvió a casa llorando, se encerró en el baño durante una hora.
Él forzó la puerta y la encontró sentada bajo la ducha, llorando.Agua sobre azul que contaba de la pena de su alma. Azul que lloraba. En su mano una cuchilla. Todos lo miércoles tenía el mismo dilema, pero nunca se atrevía a quitarse la vida. “No puedo soportarlo más”, le dijo apagando el grifo, “o lo superas de una vez o yo me marcho”. “¿Cómo puedes decir eso, cabronazo?, ¿superarlo YA? ¡Mi hijo acaba de morir!” Y lo gritos se hacían inentendibles por el llanto. La rabia parecía ponerles una mordaza que les impedía decir claramente lo que sentían, y un grueso muro de cristal se alzaba entre marido y mujer.
Repetían la misma discusión cada miércoles. Desde hacía seis años. Pero él no estaba loco, se limitaba a seguirle el juego a ella, para no hacerle más daño. Él no era como ella, hacía tiempo que había superado la muerte de Iván. No quería que estuviese muerto, pero revivirle una vez por semana era desgrarrador y agotador para su corazón. Así que el jueves ella se levantó como si nada hubiera pasado. Él ya no estaba. El miércoles siguiente ella estaba ingresada en un centro psiquiátrico.
Ese mismo día él se levantó en la habitación de un hotel lejano. Se despertó muy lentamente, pensando en ella. Tras eso no pasó nada. Un tic extraño se alojó en su ojo derecho, que no podía parar de guiñar. Se puso frente al espejo del baño, consternado. En su expresión se dibujaban claramente todas las dudas de su alma. Con un gran esfuerzo logró cerrar los ojos, abrirlos lentamente, volver a cerrarlos… y el tic despareció. Quiso sonreír, y decir alguna palabra de alivio en voz alta, pero en lugar de eso resonó en la pequeña habitación un extraño hablando: “qué bien te queda, eres mi princesa azul”.

Mª Dolores García Torres

lunes, 11 de enero de 2010

Sábado


Desde el otro lado del salón me está mirando, no le devuelvo la mirada casi por miedo, pero sé que me observa fijamente, puedo sentirlo. No tengo escapatoria. Soy su presa, soy la vulnerable de los dos, mientras el resto del mundo se ha desvanecido.

Acto seguido se dirige hacia mí. Su caminar es orgulloso y al pasar choca levemente conmigo. El deseo se ha chocado conmigo, ¿qué será de mí?

Estréllate contra mí

Empújame

Invádeme

Inúndame

Haz conmigo lo que quieras, pero hazlo.

Ambos luchamos ahora por ser el depredador. Nadie saldrá vivo de esta noche. Sólo el agua calmará los dos cuerpos.

Reyes Ferrer Astillero