domingo, 29 de noviembre de 2009

Jueves

Aún recuerdo aquellos años en los que los jueves se habían convertido en mi día favorito de la semana. Desde por la mañana ya me despertaba pensando en lo que pasaría por la noche. Era la noche de las películas y mis 3 mejores amigos y yo nos reuníamos para una sesión de cine "en familia". A la fiesta se unían nuestras novias, que no eran tan flipadas como nosotros, pero disfrutaban viéndonos lo felices que eramos con un plan tan simple.

En nuestras cabezas no cabía la posibilidad de un jueves sin noche de las películas. Pensaba que siempre seguiríamos haciendo eso, semana tras semana. Pero como dice el dicho: 'Nada dura para siempre' y el número de gente asistente a la noche de las películas fue disminuyendo gradualmente. Primero Javi y Maite cortaron, después Juan y Pedro dejaron de hablarse tras una discusión absurda (como en la mayoría de las veces que 2 personas rompen su relación por completo). Así que al final sólo quedábamos mi novia y yo. Hasta que me dejó.

Hoy, como cada jueves, sigo haciendo la noche de las películas, tratando de rememorar aquellos años en los que fui bastante feliz. No sólo por el hecho de disfrutar de una buena película, sino por el hecho de tener a personas que consideras tu gente a tu alrededor y tener la certeza de que todo seguirá así. Lamentablemente, nada dura para siempre.

Juan Manuel Regalado Hens

jueves, 26 de noviembre de 2009

Lunes


Cuenta una leyenda que una mujer, llamada Afaia, recogió a un bebé que se encontró en el camino de vuelta a su granja.

Ocurrió un día de verano muy distinto a cualquier otro, pues la luna era tan grande y redonda que parecía apresurarse hacia ella, como queriendo decirle algo. Esto sorprendió a Afaia pero, aún así, cogió al bebé en sus brazos y se marchó.

Pasaron los años y el pequeño bebé se convirtió en el joven Nalu, un muchacho muy deseado entre las jóvenes del lugar. Nalu siempre le pedía a su tía Afaia que le contara la historia de su nacimiento (así es como el llamaba al primer encuentro entre ambos) y el por qué de su mancha de nacimiento en forma de liebre. A esto último Afaia nunca supo que decir, pues no quería contarle de donde provenía.
Al joven Nalu le sorprendía mucho como algo tan lejano y a la vez tan cercano como la luna podía cambiar su forma hasta ser tan redonda como una naranja. Le fascinaba observarla y comparar los dibujos de esta con su mancha de nacimiento. También imaginaba viajar hasta ella y quedarse profundamente dormido.

Pasado unos días, Afaia comenzó a temer, pues se acercaba el señalado día, el día en que el joven Nalu se haría mayor y se marcharía. Ella lo había aceptado hacía ya mucho tiempo, sin embargo eso no le impedía que las lágrimas se deslizaran continuamente por su rostro. Llorar de tanta tristeza que sentía al saber lo que pronto iba a suceder. Nalu la consolaba y preguntaba el por qué de ese llanto, pero Afaia no respondía, solo lloraba y observaba el cambio que poco a poco se iba produciendo en Nalu.

La noche del lunes, Nalu fue testigo de algo milagroso, una segunda luna llena en un mismo mes. ¿Cómo podía ser? Se preguntaba Nalu, pues el había aprendido muy bien los cambios lunares. Fascinado por el acontecimiento, subió al tejado para poder verlo mejor y allí, sentado con una manta de lana alrededor de su cuerpo, sintió como la luna le miraba y se acercaba hacia él… entonces Nalu comenzó a sentir una atracción hacia ella, oyó como le hablaba en un lenguaje dulce pero ininteligible y, cuando acabó de hablar, sonrió.

Nalu no se sorprendió por haberla entendido, pues de pronto sintió que algo muy fuerte le unía a ella, un lazo imposible de romper y así, hipnotizado por la magia de la luna, se precipitó hacia el borde del tejado y desapareció.

Todavía hoy Afaia recuerda con cariño como, durante tantos años, tuvo el privilegio de cuidar al niño más prodigioso del planeta, al hijo de la luna.

Gloria Romero García

lunes, 23 de noviembre de 2009

La damas de Avignon


Las dos y media de la mañana y Laurita está dormida, pobre. ¿El azul o el rojo? Un tipo la otra noche me dijo que tenía unos ojos muy bonitos. Pero no me invitó ni a una copa el hijo de puta. Con el rojo seguro que le iba mejor. Suena el timbre. Tacones de once centímetros rojo pasión por el pasillo. Siete euros, pero casi se pega con la gitana. ¿Dónde coño está mi bolso? ¿Sin bragas?, no gracias, yo soy una dama.
¡Hace más frío que su puta madre! Pero el vestido luce más con los pezones marcados. Un día me muero de una pulmonía. ¿Esa es la Manuela? Siempre empieza la primera la muy zorra. En la cola de la furgoneta igual: siempre tiene que ser la primera en tomarse el café. Como si fuera la única cosa caliente que llevarse a la boca por aquí. Mañana es el teatro de la niña, hoy nada más que hasta las seis. A ver las madres cómo se portan, siempre mirando por encima del hombro las hijas de puta. ¡Malas puñaladas les den! Si no estuvieran tan manías yo no tendría trabajo. Como si a mí me gustase ir cosiendo los trapos rotos de las demás. ¡Que se jodan! ¿Cómo estará durmiendo hoy mi niña? Un cliente.
Pero a nadie le importa lo que la Maru piense. Y menos al Pelao, cuyas venas arden por la necesidad de la sustancia intoxicante. Se acerca como para hablar con ella, amiga de toda la vida, y le raja la cara. No quería hacerle tanto daño. ¡Mierda!

Desfigurada, se mira al espejo con pena. Y luego a su niña, que duerme. Va sin ganas a ponerse los zapatos, los rojos no, no, que le dan mala suerte. En el descampado el mismo frío de siempre. L a Manolita se baja de un BMW fumando un cigarro. A su lado la Rumana, que no habla español, sólo la lengua del dinero, y la Sussi, que la obliga el marido a venir.Poco después llega La Resabiá, que antes se llamaba Pepe. Se ven unos faros y las tres se levantan de golpe: pezones el viento.
El pintor, desconcertado, no sabe cómo plantear el tema. En seguida la Maru, que siempre quiso ser estrella, se acerca con picardía. Ve sus ojos brillar y sabe que es ella, aunque como es tan aprovechada consigue enchufar a sus cuatro amigas.
La cinco se desnudan con la cansina trivialidad forjada a fuerza de costumbre. El vello impudoroso asoma, y junto a él las cicatrices provocadas por los gajes del oficio. El rostro desfigurado de la Maru no es más que un espejo de su cuerpo maltratado y de su alma olvidada. Cuatro damas contorsionadas hasta casi romperse por intentar amoldarse a la calle. Cuatro himnos a la sombra de nuestra sociedad. El pintor se emociona, contiene el llanto, se frota la cara, pero la Rumana interrumpe el vivo discurso que lucha por salir entre sus pulmones. Entonces, ¿chupar sí o no?

Mª dolores García Torres

domingo, 22 de noviembre de 2009

Un virtuoso del aire


Fue acostumbrándose a dejar de respirar y con el tiempo la cara se le quedó roja roja. De pequeño aguantaba sin problema los minutos de silencio en que nadie respondía a las preguntas de Lengua, o el rato que don Juan tardaba en explicar que una ecuación de segundo grado consistía en “averiguar qué valor o valores al ser sustituidos por la indeterminada convierten la ecuación en una identidad.” En casa se echaba partidas enteras de tetris sin tomar aire, asustaba a su hermana haciéndose el ahogado en el baño; y en una ocasión le dio el disgusto a la madre saliendo de la cocina con la cabeza totalmente envuelta en papel celofán. Lo llevaron a varios dermatólogos, pero ninguno supo explicar por qué se enrojecía tanto la piel al contacto con el oxígeno. “Su hijo es anfibio,” llegó uno a decir. Al menos eso le dio una popularidad efímera y un contrato para un anuncio de coches en televisión.
Para él era una de las cosas más sencillas del mundo, En verdad no lo negaba a nadie, pero no le creían: en el mejor de los casos lo atribuían a un sentimiento de modestia; pero generalmente lo consideraban un propagandista, o un ruin farsante para el cual no respirar era fácil porque conocía el sistema de hacerlo.
La fractura entre él y el mundo comenzó cuando ganó el concurso de buceo en el campamento y lo descalificaron por tramposo. Ya de mayor, la sauna, el yoga, la apnea, la retención en vacío y la lectura de Kafka le ayudaron a comprender que todavía estaba en condiciones de prolongarlo más, todavía mucho más, por tiempo ilimitado. ¿Por qué cortarlo cuando estaba en las mejores condiciones? Un día decidió dejar de respirar, como quien deja de fumar, y llevó una vida más o menos normal durante cinco semanas y media. Actualmente su expediente está depositado, junto con el cuerpo, en un centro de investigación del CSIC. Lleva el nombre clave de anfibio rojo.
Ricardo Navarrete Franco

lunes, 16 de noviembre de 2009

The Walk, Woman with a Parasol


Noche tras noche repetía el mismo ritual, justo antes de irse a dormir. Arropaba al pequeño Jean y le contaba un cuento, después le daba las buenas noches a su marido y entonces se iba al minibar del salón a servirse su bebida preferida. Con la copa de vermú en la mano y encajada en su blanco camisón, se sentaba en el confortable sofá, junto al fuego, y se dedicaba a observar su más preciado tesoro, “Madame Monet and Her Son”, pintado por el pintor francés Monet, y comprado hace un año en Nueva York. Mantenía una mirada constante en el rostro de la mujer vestida de blanco hasta que se le acababa la copa y, acto seguido, se iba a dormir. Y así todas las noches desde que se apoderó del cuadro. Supongo que lo hacía porque era lo único que, desde hace tantos años, le hacía sentir paz, una profunda y calmada paz que no había sentido desde que se casó y pasó a vivir una vida muy lujosa en la cual no le faltaba de nada. Pero eso no le gustaba; no le gustaba su casa junto al acantilado; no le gustaba su armario, lleno de ropa de toda clase de marcas caras; no le gustaba el hombre con quien se había casado, un completo gilipollas, un avaricioso empresario (¿por qué lo habría hecho?); no le gustaba su… Bueno, era su hijo y lo quería mucho, pero nunca se había visto como una madre modelo. Pese a todo esto, había encontrado su pequeño mundo, sólo suyo, nadie podía quitarle su momento de paz… ¿O si?

Al día siguiente se levantó y se dedicó a hacer lo que toda madre rica sin trabajo hace: nada. Y a pesar de no hacer nada, tardó un rato en darse cuenta de que algo en el salón había cambiado.¡¡EL CUADRO, EL CUADRO!! No estaba. Lo buscó por todas parte, cada rincón de la casa, pero no halló nada. Empezó a sentir una gran angustia, como si hubiera perdido a su hijo o hubiera muerto su padre; no podía respirar, sentía una gran presión en el pecho. Llamó a su marido para saber si él se lo había llevado; fue al colegio en busca de Jean, pues podría haberlo roto y luego haberlo escondido para que mamá no se enfadase. Nada, el cuadro no estaba en ninguna parte.

Y así pasaron tres días, ella sentada delante de donde solía estar colgado el cuadro, bebiendo una copa tras copa, en un estado de shock que nadie podía creer. Al cuarto día se despertó, pero ya era de noche. Se dirigió hacia las habitaciones y vio que estaban todos durmiendo. Volvió al salón, se calzó sus zapatillas blancas a conjunto con su camisón, cogió un paraguas blanco y salió a uno de los patios con vistas al acantilado. Se asomó para ver el fondo, no se alcanzaba a ver nada, pero si vislumbró algo entre las rocas más cercanas al patio. Era el cuadro, su preciado cuadro que tanto había buscado. Se agarró a la baranda y alargó el brazo para rescatarlo, pero al ver que era imposible sintió tal desesperación que se arrojó al vacío llevando el cuadro consigo.

Gloria Romero García

viernes, 6 de noviembre de 2009

El lamento de Dafne


No tiene nombre. Hoy no. No le importa si la conocía de antes, o ir en contra de la ley. Es su cumpleaños, puede prescindir de la realidad por un par de horas. Se siente como una criatura extraña apunto de atacar. Poderoso. Casi había olvidado los gritos de su madre histérica mientras bajaba las escaleras. Una sombra, mierda. Da media vuelta rápido y retoma su camino una vez pasan las luces sin sirena. Una lámpara rota en el suelo de su habitación. La furia de su puño partiendo en mil pedazos la opresión. Villano heroico de incógnito repitiendo la valiente hazaña. Sonríe en la oscuridad mientras la espera. Huele su perfume antes de escuchar el retumbar constante del suelo en sus tacones. Estoy enfermo.
La sombra que rompe la cadencia de sus pensamientos la deja un minuto sin respiración. Luego viene el miedo. La fuerza, la violencia, los nervios. La incertidumbre. Una certeza amarga y luego el llanto. Llora fuerte para tapar el dolor con vergüenza. Uñas rotas, miembros contusionados, desgarro. Sangre. Humillación y más vergüenza. Siempre quedan fuerzas para resistirse, lo que no le queda es tiempo. Comer o ser comido, esa es la ley. Aprieta los dientes con odio esta vez. La sangre del enemigo sabe más a hierro. El sudor del enemigo apesta como pescado podrido.Asco.
Perdida la batalla, no hay pañuelo blanco que ondear.Una lágrima se congela durante siglos en su mejilla. Sus brazos cansados yacen inertes por el resto de su existencia. Sus pies anclados a la realidad profundamente, no la dejan levantarse. Los rizos de su pelo se enredan con asco entre la basura que le rodea. Atrapada para siempre en el mundo físico de Siempre Jamás, busca su espíritu. De pronto encuentra una rima.

Dulce madre mía, no puedo trabajar,
el huso se me cae de entre los dedos.
Afrodita ha llenado el corazón
de amor a un bello adolescente
y yo sucumbo a ese amor.

Mª Dolores García Torres

martes, 3 de noviembre de 2009

Another dreadful day


Mirada fija en la carretera, cabeza baja como único movimiento, mientras el tiempo pasaba sólo a su alrededor.

Ahí viene el coche, ya están aquí.

Byron no entiende del paso del tiempo, su pelo está cada vez más gris y lleno de hierbajos, pero en su interior el animal no se aleja de aquel día en que fue abandonado.

Han pasado. Ese no es mi coche, ni mi familia.

El espacio tampoco existe para él. Esa carretera no es más que un accidente. Su familia no está ahí porque tienen que venir a por él. Su familia tiene que venir a por él, estarán echándole de menos y sientiéndose culpables por haberle perdido en un despiste.

Seguro que son esos de ahí. Los pobres lo habrán pasado mal buscándome.

No huele a lugar habitable, el sol calienta y recalienta, además, apenas encuentra agua. No puedes sentirte cómodo si no estás en casa.

¿Esos tampoco son? Pues no veo que vengan más coches por ahí.

Si se unieran sus expectativas y sus respectivas frustraciones formarían interminables curvas. Esas curvas formarían parte de una espiral, porque esta historia no tiene un fin, será siemrpe igual. Nunca vendrán a por él.

Reyes Ferrer Astillero