martes, 26 de mayo de 2009

Máquinas de guerra

Nuestras vidas habían cambiado radicalmente desde que, estando en 6º curso de excursión con el colegio, nos desviamos del resto de la clase atraídos por la curiosidad que nos produjo una misteriosa cueva que encontramos en medio del bosque. Éramos 5, los 5 inseparables de la clase: Javi, Mónica, Ana, Alberto y yo. Uno no hacía nada sin los otros 4, formábamos un pack indivisible.

La entrada de la cueva estaba casi tapada por completo por las ramas de un sauce llorón que crecía justo al lado, por lo que Alberto, que era el más alto, sujetó el espeso ramaje mientras los demás pasamos agachados por debajo. Pocos pasos después de entrar en la cueva apenas se veía nada, menos mal que íbamos provistos de varias linternas que un rato antes nos dieron los profesores. El interior de la cueva estaba muy húmedo, el musgo crecía por todas partes y un goteo constante hacía las veces de hilo musical.

Seguimos avanzando hasta una zona donde empezaban a aparecer multitud de estalagtitas y estalagmitas, algunas de ellas fundidas ya en auténticas columnas. Por esta zona nos fue mucho más difícil pasar y algunos de nosotros necesitamos la ayuda de los más habilidosos para atravesarla. La siguiente zona de la cueva fue la que más nos impactó y en la cual viviríamos algo que nos marcaría para siempre: Se trataba de una sala inmensa cuyas paredes estaban llenas de pinturas. En ellas se representaba de forma muy esquemática unos hombres cazando lo que parecían una especie elefantes gigantes con unos colmillos exageradamente grandes. Eran pinturas rupestres que a simple vista no parecían tener nada extraño, pero cuando nos detuvimos a observarlas vimos las figuras de lo que parecían ser hombres volando sin más ayuda que la de sus propios cuerpos. En otra parte de la pared había dibujado otro hombre del que parecía salirle fuego de las manos, y como esas había una gran serie de pinturas que representaban fenómenos extraños. Las pinturas se repartían a lo largo y ancho de las paredes de aquella sala rocosa. Finalmente lo que acabaría atrayendo toda nuestra atención sería un lago que se situaba al fondo y donde terminaba la cueva.

Por lo que decidimos darnos un baño, ya que el calor era sofocante y era lo que más nos apetecía en ese momento. La temperatura del agua era perfecta y del fondo del lago salían unas burbujas que hacían un efecto jacuzzi muy relajante. Todo era tranquilidad, salvo cuando el pesado de Alberto te sorprendía por la espalda con una de sus ahogadillas. Al salir del lago nos dimos cuenta de que había pasado muchísimo más tiempo del que en realidad creíamos ya que habíamos estado bañándonos durante más de 5 horas. Tras habernos secado y vestido estuvimos un rato charlando y bromeando, cuando de pronto Mónica empezó a sentir unos espasmos que se hacían cada vez más fuertes. -¿Qué me está pasando? Repitió varias veces muy asustada hasta quedar inconsciente. Pero no sería la única a la que le pasaría ésto, ya que unos minutos después, mientras intentábamos que Mónica despertara, a Javi le pasó lo mismo y uno tras otro fuimos cayendo y quedando inconscientes en el suelo de aquella fría cueva.

Al despertarme quedé cegado por una luz blanca que apuntaba a mis ojos. Tras recuperar la visión me di cuenta que lo que había a mi alrededor no eran las paredes de la cueva en la que nos desvanecimos. ¿Dónde me encontraba?, ¿dónde estaban mis amigos? Aquello parecía la habitación de un hospital. Estaba conectado a un montón de aparatos raros y me extrañaba mucho que todos los letreros e indicaciones estuvieran escritos en inglés.

En cuanto desperté, la médica que estaba conmigo en la habitación salió de la misma y regresó después de un rato acompañada de un grupo de médicos, me cambiaron de camilla y me llevaron a otra sala. Los pasillos eran muy luminosos, tanto que molestaba a los ojos. Había gente con bata blanca por todos lados, algo que es típico de cualquier hospital aunque hubo un detalle que me desconcertó: también había muchos hombres con traje militar y armados hasta los dientes por todas partes. En mi traslado a la otra sala escuché muchas conversaciones, pero no pude entender nada ya que todo el mundo hablaba en inglés.

Tras un largo paseo por aquellos pasillos llegamos a una puerta en la que se podía leer: RESTRICTED AREA – AUTHORIZED PERSONNEL ONLY. La puerta daba a una sala gigantesca llena de niños. A cada uno le acompañaba un hombre con bata blanca, parecían estar recibiendo algún tipo de entrenamiento. Todo era muy extraño: los niños eran poseedores de ciertas habilidades especiales y allí se les estaba enseñando a controlarlas. También pude ver a mis compañeros aprendiendo a desarrollar las suyas; pude ver a Javi levitando por unos instantes, a Mónica convirtiendo el agua en hielo con solo tocarla, a Alberto atravesando una pared sin necesidad de puerta alguna y a Ana moviendo un lápiz con la mente. ¿Qué es lo que pasaba allí? ¿Qué era todo aquello? Me sentía muy confundido. De pronto sonó una sirena y todos los niños se dirigieron a una especie de descampado inmenso y muy arenoso en el que había un letrero gigante en el que se podía leer: AREA 51. No sabía qué podía significar aquello.

Parecía la hora del recreo. Uno de los médicos me indicó mediante gestos que lo acompañara, me dejó en el patio donde estaban los niños y se fue. Lo primero que hice una vez me dejaron “libre” fue buscar a mis amigos ya que quería ver si ellos me podían dar una explicación a lo que estaba pasando. Me metí entre los cientos de niños que allí podía haber pero no daba con mis amigos, hasta que escuché que alguien me llamaba: ¡Juan!, ¡Juan!, ¡estamos aquí! Allí estaban, en una de las zonas cubiertas de aquel extenso campo de arena. Cuando me acerqué lo suficiente a ellos, me dieron un abrazo. – Creíamos que no volveríamos a verte. Dijo Ana. Les conté lo que había visto en aquella especie de “hospital” y ellos me contaron la razón por la que estábamos allí. Sus instructores les habían puesto al corriente.
El lago en el que nos bañamos es un experimento que el gobierno americano lleva en secreto desde los años 30. Parece estar poseído por una especie de conjuro que unos druidas de una tribu prehistórica echaron sobre él. ¿Recuerdas la pintura de la cueva en la que se veían a varios hombres que dirigían una especie de rayos a lo que parecía un un charco de agua? Ese charco era el lago. Dijo Alberto.
Desde que los americanos descubrieron aquello, todo el que se baña allí cae desmayado habiendo previamente adquirido una serie de habilidades especiales imposibles para cualquier ser humano. Por lo que nos traen aquí para que desarrollemos esas habilidades y trabajemos para su ejército. Desde este momento hemos dejado de ser personas para convertirnos en máquinas de guerra.

Juan Manuel Regalado Hens

2 comentarios:

Puli dijo...

POr fin nos alejamos de los temas de muerte y sexo y entramos en uno de mis géneros favoritos: la ciencia ficción! Sólo me he quedado con la intriga de la funciones específicas de esos niños.

Anónimo dijo...

Creo que nunca (que yo recuerde)he leido nada de ciencia ficción, sin embargo si me he empapado de películas sobre este tema, porque siempre he tenido la impresion (por no haber leido nada) de: Ciencia ficción = imagen, ya sea cine o cómic. Pienso que la ciencia ficcion es dificil de escribir sin caer en tópicos, no se, tambien hablo sin ninguna experiencia. sin embargo, me gusta la historia y que el proposito de los que dirigen el centro ese sea para la guerra, porque asi es l ser humano ¿no? (oh que profundo jeje) creo que seria bastante interesante seguir con esta historia asi que a lo mejor te la cojo prestada. Cris.