A Lucía hoy le han echado la bronca en el trabajo. No le ha pasado muchas veces, por eso le fastidia tanto que su jefe le llame la atención por algo tan tonto como el color de sus uñas. Ningún cliente se ha quejado de que le atendiera una mujer con las uñas pintadas de morado. De hecho, a ella le pareció muy buena idea usar ese color porque era bastante original y eso era precisamente lo que su vida necesita ahora mismo: aire fresco. Le cabrea un poco demasiado el tema.
Va en el bus mirándose las uñas y pensando en sí misma. En cómo ella tampoco tiene un tono que los demás entiendan demasiado bien. Pensaba que era absolutamente transparente hasta que de pronto un día Guillermo, el hombre de su vida, le miró a los ojos y le dijo que no le creía, y la dejó. Si él, para el que había abierto todo su ser, no la comprendía ni la conocía, entonces ella era poco más que un fantasma. Una sombra oscura que se mueve de noche y pasa difusa por camas de extraños en las madrugadas. La mujer que lloró un día entero después de que la mirara una monja. Lucía aparta la vista de sus uñas y escudriña por la ventanilla.
Allí, en el semáforo, parado dentro de un BMW negro, un hombre engominado lleva una corbata morada. Parece perfectamente normal y respetable, y sin embargo Lucía no para de imaginárselo embutido en un traje de lentejuelas morado. Zapatos de tacón alto y peluca extravagante, escapa de los cánones en un club nocturno cada tres semanas exactamente. El morado es la última faceta visible para el ojo humano en la descomposición de la luz. Es lo más oscuro antes de la ausencia del color. Y sin embargo, Lucía lo ve todo más claro cuando piensa en morado.
Esa tarde visita a su abuela y le cuenta su problema. Duda si recordará cómo es el color morado, porque la pobre está ciega. La vieja sonríe y le cuenta una anécdota parecida de su juventud. Se saltó el luto de un tío suyo por estrenar un vestido que había estado cosiéndose durante semanas. Era un vestido morado. La inocente no tenía culpa de que su tío hubiera elegido una fecha tan inconveniente para morirse. Le obligaron a teñirlo de negro, después de darle un par de tortazos. Esta tarde su nieta la lleva de paseo por el parque, con una pañoleta morada sobre los hombros.
Al día siguiente Lucía va al trabajo completamente vestida de morado, uñas incluidas. Al jefe parece que sólo le molesta el detalle del color de sus cutículas. Lucía le dice lo que piensa sin más, porque no ve nada malo en ninguno de sus pensamientos, pero la despiden igualmente. Se sienta en un banco y mira a través de la ventana a sus compañeros. Enclaustrados con la barbilla pegada al cuello, todos visten de gris, negro y blanco. Ninguno parece pararse a pensar sobre nada en ningún momento, no puede imaginarse a ninguno teniendo una vida secreta. Como peces en una pecera, con una memoria limitada que les hace olvidarse de ellos mismos cada dos por tres. Lucía ya lo comprende todo.
Se mira la uñas un buen rato y se marcha a casa, feliz por haberse encontrado.
Mª Dolores García Torres
2 comentarios:
Creo que Lucía tiene un gran futuro por delante en este año que entra. Espero que sigamos no? Sus reflexiones desde el autobús, un sitio genial que puede valer para una sitcom (situation comedy). En mi historia tu Lucía es la que paseaba en ciclotour por el parque con la monja.
Rcd
jajaja es verdad!! Lucía está saliendo mucho en las historias!!A ver si este año le va mejor, que hasta ahora la ha dejado el novio, le ha intimidado una monja y le han despedido...aunque eso hace que su vida sea interesante.
Por cierto, me da mucha pena no poder ir a las tertulias hasta octubre (me marcho a NYC ya mismo!!), porque quiero que me expliques todas las referencias de la historia del Penumbra bien. Me encanta esa historia!!
Publicar un comentario